
Érase una vez, una tortuga que tenía (X AÑOS). Se llamaba Tortuguita.
A Tortuguita no le gustaba ir a la escuela. Quería estar en casa con mamá y su hermanito. No quería estudiar ni aprender; sólo quería correr y jugar con sus amiguitos, o pintar su cuaderno de dibujo con lápices de colores.
Era muy aburrido para ella, tener que escuchar a su profesora, leer y escribir. Ella solo quería jugar y reírse con sus amigos –y pelearse con ellos también-. No le gustaba colaborar con los demás, y le costaba controlar su carácter.
Cada día, cuando iba a la escuela, se decía a sí misma que iba a esforzarse en todo lo posible para no acabar metiéndose en jaleos . Sin embargo, a pesar de ello, siempre se acababa peleando con algún compañero de clase, o rompía objetos cuando se enfadaba.
Con tantos problemas en el colegio, empezó a pensar que era una tortuga “mala” y se empezó a sentir muy mal.
Un día, se encontró con la tortuga más grande y más vieja de la ciudad. Era una tortuga sabia, que tenía ¡200 años de edad y un tamaño tan enorme como una casa!
—¡Hola! —Dijo la tortuga sabia con su voz inmensa y rugiente— Te veo preocupada. Voy a contarte un secreto. ¿Sabes que llevas sobre ti la respuesta para los problemas que te agobian? Tortuguita no sabía de qué le estaba hablando.
—¡Tu caparazón! ¡Tu caparazón! —le gritó la tortuga sabia, y continuó exclamando— Puedes esconderte en su interior cuando te sientas nerviosa o enfadada, o cuando estés a punto de perder el control. En el interior de tu caparazón puedes reposar, descansar, relajarte y pensar en cómo puedes resolver el problema. Así que cada vez que lo necesites meterte en tu caparazón de ayudará.
A Tortuguita le gustó tanto la idea, que tenía ganas de volver al colegio para probar el consejo de la tortuga sabia.
Al día siguiente, en el colegio, un compañero de clase le quitó su bolígrafo preferido por lo que empezó a experimentar otra vez el sentimiento de ira que le suele aparecer antes de pelearse o romper cosas o gritar. Estuvo a punto de perder la compostura, cuando recordó de repente lo que le había dicho la tortuga sabia.
Rápido como encogió sus brazos, piernas y cabeza, y los apretó contra su cuerpo, permaneciendo quieta hasta que supo lo que precisaba hacer. Se sintió tan bien dentro de su caparazón, dónde nadie podía molestarle. Cuando salió de él, quedó sorprendida al ver que su profesora le sonreía. Tortuguita le dijo que se había puesto furiosa porque había cometido un error.
¡La maestra le contesto diciéndole lo orgullosa que estaba de ella! Tortuguita continuó utilizando este secreto a lo largo del curso.
Cuando recibió sus notas escolares, comprobó que eran mucho mejores. Todos la admiraron y se preguntaron maravillados cuál sería su “secreto mágico”.
Uso de la técnica
1-Léele el cueto a tu hijo/a si suele tener problema al controlar sus impulsos o emociones negativas.
2.Enséñale, que igual que la tortuga, cuando se sienta muy enfadado/a haga como la tortuga. Que se pare, y si es necesario busque un espacio para poder relajarse.
3.Enséñale técnicas de relajación y haz que las practique para que pueda utilizarlas cuando lo necesite.
4.Enséñale cómo puede resolver los problemas.
De ésta forma cada vez que lo necesite, recordará que cuando sienta la emoción (ira) puede esconderse en su “caparazón”, relajarse y buscar a la solución al problema, para evitar meterse en líos.
Antención: es recomendable que esta técnica sea proporcionada por el psicólogo para enseñar adecuadamente las técnicas a emplear y cerciorarse de que sabe utilizarlas.
No dudéis en pedir ayuda psicológica si vuestro hijo tiene problemas en la gestión de sus emociones o en el control de impulsos.
Betania Nze